Rafael Agüera Espejo-Saavedra, ante la imagen de la Virgen de la Estrella. |
Una gran señal apareció en el Cielo:
Una Mujer vestida de Sol, con la luna bajo sus pies
Y una corona de doce estrellas sobre su cabeza
(San José de Calasanz)
Madre y Reina de Villa del Río, con tu venia Señora, inicio mi intervención saludando a las Autoridades Civiles y Religiosas de nuestro pueblo, a la Junta de Gobierno, Hermanos Mayores y hermanos en general de tu Centenaria y Fervorosa Cofradía, así como a todos los amigos y paisanos asistentes a este tradicional acto que en tu homenaje celebramos anualmente en las vísperas del bendito día de Vuestra gloriosa Natividad, fiesta mayor de nuestra villa y de tantos otros lugares del mundo cristiano.
Deseo, asimismo, dar la bienvenida a don José Manuel Cuenca Toribio, Catedrático de Historia Contemporánea Universal y de España en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba, Decano de los catedráticos españoles de su especialidad, Premio Nacional de Historia y de Periodismo, autor de innumerables obras, artículos y conferencias, de las que una parte considerable está dedicada al estudio de las vicisitudes históricas que reflejan y determinan el ser de nuestra Andalucía, quien hoy nos acompaña por su expreso deseo personal pero, también, en representación de la la Real Academia de Córdoba de la que es uno de sus más antiguos y prestigiosos académicos numerarios. Entiendo que su presencia entre nosotros obedece no solo a una deferencia hacia mi modesta persona, para la que no encuentro suficientes palabras de agradecimiento, sino a un indisumulado interés por nuestro pueblo, sus tradiciones y sus gentes. No es la primera vez que don José Manuel visita esta ermita y me consta que ha pasado muchas horas en nuestro pueblo cuando en su niñez y juventud se trasladaba desde Sevilla a Higuera de Calatrava con obligada parada en nuestra estación de ferrocarril. Tiene, además, dedicado un capítulo a Villa del Río en su libro “PUEBLOS Y GENTES DE CÓRDOBA” y, por si todo esto fuese poco, está casado con una ilustre dama de origen villarriense; doña Soledad Miranda García, asimismo Catedrática de la Universidad cordobesa, quien también nos honra hoy con su presencia. Muchas gracias a ambos y siéntanse entre nosotros como unos más de nuestros convecinos.
Permitidme, en primer lugar, que de rienda suelta a la emoción que me embarga en estos momentos por el privilegio de haber sido elegido en esta ocasión para pregonar las excelsas virtudes de nuestra Madre Universal, la Virgen María, Madre de Dios, que aquí, como en otros pueblos de España, veneramos bajo la entrañable advocación de Estrella, honor que debo agradecer y agradezco a la citada Junta de Gobierno pero, muy especialmente, al Hermano Mayor del presente año, mi buen amigo de toda una vida, Pedro Rodríguez Cachinero, de quien todos conocemos sus profundos sentimientos cristianos, su probada rectitud personal y profesional, sus virtudes familiares, pero, muy especialmente, su profundísimo amor y entrega a nuestra Patrona, del que dio singular testimonio durante el periodo en que ejerció el cargo de Presidente de la Cofradía del que nos legó, entre otras realizaciones, la maravillosa restauración del retablo de la Ermita y la consolidación de la misma, poniendo en el empeño no solamente una fe indestructible sino, también, un tesón a prueba de dificultades e, incluso, de algunas incomprensiones, dada la magnitud y el coste de estas realizaciones.
Los inescrutables designios de la Providencia han puesto a prueba su temple moral y material a través de una grave enfermedad a la que él ha sabido responder con su fe en Dios y en su Santísima Madre, la Virgen de la Estrella, con tal fortaleza que, a pesar de las secuelas físicas que aun padece, hoy puede cumplir una de las mayores ilusiones de su vida, que no es otra que la de empuñar la Vara de Hermano Mayor de la Cofradía el presente año. Gracias, Pedro, por estar aquí, gracias por tu ejemplo, gracias por tu generosa entrega y muchísimas gracias por tu sincera amistad, que sabes bien correspondida.
Este que hoy os habla tuvo la suerte de nacer en Villa del Rio, hace ya demasiados años, en el seno de una familia donde, como en tantas otras del pueblo, la devoción por la Virgen de la Estrella estuvo siempre presente, desde la cuna, en todas las ocasiones importantes de nuestras vidas. Pero es que, además, en el caso particular de mi familia concurre la especial circunstancia de cumplirse ahora 226 años desde que, en 1.785, mi antepasado Benito Agüera, primero que se estableció aquí, procedente de Cantabria, suscribió con la Cofradía un contrato de arrendamiento del entonces denominado Mesón de Nuestra Señora de la Estrella, que ocupaba el solar donde hoy se alza la Parroquia, mediante el cual, y con independencia de otras clausulas consuetudinarias, se comprometió a mantener permanentemente encendida una lámpara de aceite que, noche y día, iluminaba la Imagen de nuestra Patrona instalada en una hornacina en la puerta principal de dicho Mesón.
Fallecido en ese mismo año de 1.785, fue sucedido en la gestión de la Posada por su viuda e hijos hasta que, en 1.810, las tropas napoleónicas se apropiaron de la misma para instalar en ella su acuartelamiento. Puede decirse, pues, que, casi sin interrupción, estos primeros Agüera mantuvieron prendida durante varios años la llama que mostraba a lugareños y a viajeros la permanente presencia de Nuestra Señora en uno de los lugares más emblemáticos de aquella aldea devenida en villa.
La falta de documentación no me ha permitido conocer si en años sucesivos algunos otros miembros de la familia mantuvieron alguna relación con la Cofradía, sí pertenecieron a la misma o si desempeñaron en ella algún cargo de relevancia, aunque no hay que descartar ninguna de estas posibilidades. Lo que sí es seguro es que en 1.919, nuestro tío-abuelo Manuel Espejo-Saavedra, a la sazón Alcalde Constitucional de la Villa, tomó la iniciativa de instalar en la Capilla del Cementerio una imagen, de talla, que lamentablemente, despareció durante la guerra civil. Quedó cerrada, así, nuestra vinculación con la devoción a la Virgen de la Estrella por ambas ramas familiares.
Refiriéndonos ahora a tiempos más cercanos se constata que, con arreglo al acta levantada el día 1 de septiembre de 1.940 con motivo de la reconstitución de la Cofradía tras la guerra civil, la relación de cofrades estaba integrada por 36 individuos entre los cuales figuraban mi abuelo Benito Agüera García, y mi propio padre, Francisco Agüera Polo, si bien en ese mismo año se adhirieron otras 27 personas, con lo que el número total llegó a alcanzar en dicha fecha la cifra de 63 miembros, todos ellos del género masculino como era entonces preceptivo. Conviene recordar al respecto que al día de hoy el número total de hermanos/as asciende a más de 1.700, cifra que por sí sola nos habla de la magnífica labor llevada a cabo por las sucesivas Juntas de Gobierno que han regido la Cofradía y de la general aceptación que la devoción a nuestra Patrona ha alcanzado entre las nuevas generaciones para las cuales, superados, gracias a Dios, algunos prejuicios anteriores, se ha convertido en una de sus principales señas de identidad como hijos de Villa del Río. Me consta, además, que estos sentimientos son compartidos por muchísimos otros convecinos del pueblo, por no decir todos, aunque no figuren oficialmente inscritos en la Cofradía.
Para cerrar este capítulo de conexiones familiares con la Virgen de la Estrella, quiero recordar que en la mañana el día 28 de Octubre de 2.006 nos reunimos en esta ermita 148 sucesores del primer Agüera establecido en Villa del Río, llegados de todos los puntos de España, con el exclusivo objeto de celebrar una Misa de acción de gracias a nuestra Madre y Patrona, oficiada por un miembro de la familia, como acto de reconocimiento al apoyo de Ella recibido a lo largo de más de dos siglos y para rogarle siga prestando la misma protección a nuestros descendientes actuales y futuros.
Sin duda alguna, unos de los recuerdos que con mayor intensidad marcaron mi niñez se corresponde con el ejercicio del cargo de Hermano Mayor que recayó en mi padre en el año 1.945, ya que él, permanente devoto de la Virgen, a la que siempre atribuyó su supervivencia en los frentes de guerra, consideró este honor como uno de los hitos de su vida y, como tal, lo vivió y nos lo hizo vivir a todos los miembros de la familia. Asimismo, mi madre, sobre la que recayó la responsabilidad de ejercer como camarera de la Virgen y organizadora de la Tómbola se entregó en cuerpo y alma al ejercicio de estas labores.
Corrían años de tremendas dificultades en todos los órdenes. A las heridas, aún sangrantes para todos, de la guerra civil su unieron los desastres ocasionados por la terrible escasez de alimentos hasta extremos totalmente inimaginables para las actuales generaciones. Baste decir que en dicho año y en el siguiente llegaron a cerrarse las panaderías del pueblo y que muchos vecinos tan sólo se alimentaban de hierbas recogidas en el campo, lo que llegó a originar el desfallecimiento e, incluso, la muerte de algunos personas en plena calle por ingestión de plantas de tipo venenoso.
Pues bien, en tan difíciles circunstancias, mi padre recibió el nombramiento con gran ilusión y empeñó todos sus escasos medios y posibilidades para que las tradicionales celebraciones en honor de Nuestra Patrona revistiesen la mayor solemnidad, no ya bajo un punto de vista material, algo totalmente imposible para su mermados recursos económicos, sino acentuando el aspecto espiritual de los actos devocionales y fomentando la asistencia a los mismos. ¡Nunca podré olvidar el momento en que se abrieron las puertas de la Parroquia para dar inicio a la Procesión del día de la Virgen y le vi aparecer radiante con la vara de Hermano Mayor en su mano! Creo que es el mejor retrato mental que conservo de su paso por este mundo.
Por tanto, y como no podía ser de otra forma, siempre, y a pesar de tantos años de ausencia, ha sido consustancial conmigo la devoción a la Virgen de la Estrella que, asimismo, he procurado transmitir a mis hijos y nietos desde el mismo momento de su nacimiento, motivo por el que, en su día, me creí en el deber de reponer en el Cementerio la Imagen de Nuestra Señora reeditando, así, el gesto que, en 1.919, partió de mi antepasado Manuel Espejo-Saavedra. A tal fin solicité el correspondiente permiso a nuestro Ayuntamiento, que inmediatamente me dio todas las facilidades necesarias, para instalar en dicho lugar un austero azulejo con la Imagen de la Patrona, obra del artífice Miguel Pérez Moreno, como así se hizo el día 4 de junio de 2.001, siendo Alcalde Juan Calleja Relaño, Presidente de la Cofradía nuestro amigo Pedro y Hermano Mayor Manuel Molleja. Ahora, cuando paso a rezar una oración por mis queridos difuntos, siento una especial sensación de autocomplacencia al contemplar la excelente acogida que esta pequeña aportación ha tenido entre nuestros paisanos quienes no solo cuidan la Imagen sino que manos anónimas para mi han instalado a sus pies un precioso arriate, donde nunca faltan hermosas flores y plantas, en prueba de la fe que el pueblo tiene en nuestra Patrona que desde dicho lugar vela por todos los que allí reposan, como lo hace en vida por todos nosotros, ya que Ella es el referente constante de nuestra existencia, a Ella dirigimos nuestras miradas y nuestras plegarias cuando, en la cuesta arriba que es nuestro paso por este mundo, sentimos dolor, soledad o miedo. Ella preside nuestros hogares, pende de nuestros cuellos y, do quiera que nos hallemos, es siempre la Madre a la que invocamos depositando en ella toda nuestra confianza.
Esta constante fervor hacia Nuestra Patrona me animó, hace ya algún tiempo, a peregrinar por los distintos pueblos de España donde se venera a la Virgen María bajo la misma advocación que en nuestro pueblo, es decir ESTRELLA, con el fin de conocer y dar a conocer las características especiales de cada una de estas devociones y sus posibles semejanzas con la de Villa del Río. Seguramente alguien de entre vosotros haya leído alguno de estos artículos que desde hace años vengo publicando en la Revista de nuestra Cofradía y, así, conoceréis las particularidades que concurren en lugares tan diferentes como Espiel (Córdoba), Sabiote y Navas de San Juan (Jaén), Martínez (Ávila), Navalagamella (Madrid), Casla (Segovia), Atienza (Guadalajara), Migueturra (Ciudad Real), Los Santos de Maimona (Badajoz), Enciso (La Rioja) y finalmente, por ahora, Coria del Río (Sevilla).
He de confesaros que cuando inicié esta serie de trabajos calculé que habría unos quince lugares en España que tuvieran por Patrona a la Virgen de la Estrella y mi intención fue la de publicar uno cada año mientras Ella me concediese vida y salud para poder hacerlo. Pues bien, ahora, que llevo once publicados, he descubierto que la devoción por esta singular advocación está mucho más extendida de lo que yo pudiera haber imaginado nunca y que ESTRELLA es un nombre que se prodiga a través de toda nuestra geografía mariana hasta convertirse, como alguien ha dicho, en el hermoso firmamento de España y, muy especialmente, de nuestra Andalucía, tierra de María Santísima por excelencia.
Sé que no quedan ya hojas suficientes en el calendario de mi existencia terrenal para poder ir mucho más allá de lo conseguido hasta ahora, pero reitero aquí mi deseo de seguir trabajando cada año de mi vida útil en el estudio y divulgación de estas devociones que, siendo tan variadas, son, en realidad, la misma, y confío que en el futuro no faltará quien recoja el testigo y continúe esta apasionante labor.
Tal vez, alguien pudiera interrogarme sobre las conclusiones a que he arribado después de haber podido comparar entre unas y otras devociones que, con sus correspondientes matices, son, en el fondo, muy similares y he de responder a esta lógica pregunta con una rotunda afirmación: La Virgen, o sea sus Imágenes aparecidas o encontradas en tan diversos lugares, siempre se manifestó a través de los más pobres y humildes, fueran éstos segadores, leñadores, pastores, caminantes, arrieros, labriegos o atribulados padres de familia, lo que confirma, por si fuera necesario, su predilección por los desheredados y marginados de la tierra
Atravesamos tiempos de angustia y desasosiego. La crisis económica que atenaza al mundo en general y a España en particular, con sus penosas secuencias de desempleo y de frustración para tantas familias y jóvenes que miran con incertidumbre su futuro, se ve agravada en nuestro querido pueblo por los catastróficos efectos de las recientes inundaciones que tan graves perjuicios morales y materiales han provocado a muchos de nuestros paisanos, familiares o amigos. Es estas difíciles circunstancias se precisa, más que nunca, el mantener la esperanza que sus devotos hijos tenemos depositada en la valiosa intersección de nuestra Madre y Patrona, la Virgen de la Estrella, quien, como acabamos de ver, muestra siempre su predilección por los más débiles y menesterosos, en la seguridad de que nuestras plegarias serán atendidas.
A este respecto no encuentro mejores palabras que las pronunciadas por el propio Papa, Benedicto XVI, en su homilía del 12 de septiembre de 2.009 con ocasión de la festividad del Dulce Nombre de María, para quien “en la Virgen, que estaba y está totalmente unida a Cristo, la humanidad ha encontrado siempre en las tinieblas y en los sufrimientos de este mundo el rostro de la Madre, que nos da fuerza para seguir adelante. En la tradición occidental el nombre de María se ha traducido como ESTRELLA DEL MAR. Así se expresa precisamente esta experiencia ¡cuantas veces la historia en la que vivimos aparece como un mar oscuro que azota amenazadoramente con sus olas la frágil barca de nuestra existencia! A veces la noche parece impenetrable. Con frecuencia puede crearse la impresión de que sólo el mal tiene el poder y Dios está infinitamente lejos. A menudo entrevemos sólo de lejos la gran Luz, Jesucristo, que ha vencido a la muerte y al mal. Pero entonces contemplamos muy próxima la luz que se encendió cuando María dijo: ¡He aquí la esclava del Señor! Vemos la clara luz que emana de Ella. En la bondad con que Ella acogió y siempre sale de nuevo al encuentro de las grandes y pequeñas tribulaciones de los hombres reconocemos de manera muy humana la bondad de Dios mismo. Con esa misma bondad trae siempre de nuevo a Jesucristo y, así, la gran Luz de Dios, al mundo”.
También Juan Pablo II, en su Catequesis del 27 de Noviembre de 1.996 nos recordaba que, ya en el siglo III, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desoigas la oración de tus hijos necesitados, líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita.
Yo mismo quiero y debo dar hoy testimonio de agradecimiento a Nuestra Madre y Patrona por la extraordinaria gracia que de Ella estamos recibiendo con motivo de la grave enfermedad que afecta a una de mis pequeñas nietas. Sé que al abriros mi corazón en este punto es muy posible que la emoción empañe mi voz y que los sentimientos entrecorten mi relato, pero si no lo hiciera traicionaría a mi propia conciencia que, imperativamente, me pide hacerla pública como una prueba más, por si fuera necesaria, del valor de la oración y de la fe en la Virgen de la Estrella.
Fue exactamente hace dos años cuando nuestras vidas se vieron traspasadas por un inmenso e inesperado dolor. A nuestra pequeña nieta, Nuria, de 16 meses de edad, se le había detectado un cáncer hematológico, o leucemia, y su vida corría serio peligro. Seguramente todos hemos tenidos experiencias de parecida naturaleza pero, sin duda, no puede haber mayor sufrimiento humano para padres y abuelos que la posible pérdida de una niña que, plena de candor y de inocencia, empezaba a dar sus primeros pasos a la vida. Por ello, en un primer momento nuestra reacción fue de incomprensión ante lo que nos parecía una enorme injusticia. ¿Cómo era posible que nosotros, los abuelos, que ya tenemos cumplido nuestro ciclo vital, pudiéramos permanecer incólumes y nuestra querida nieta se hallase en tan terrible peligro? Os confieso que en tan difíciles momentos los ¿por qué? nos acosaban continuamente y no encontrábamos ninguna respuesta humanamente comprensible. Nos hallábamos, sin duda, ante de uno de esos trances en los que, según los palabras del Papa Benedicto, pudimos tener la impresión de que Dios estaba infinitamente lejos, pero, simultáneamente, vimos muy cercana la luz que emana de María, en este caso de nuestra querida Virgen de la Estrella, a cuya devoción nos encomendamos en la seguridad de que Ella saldría al encuentro de nuestra tribulación y nos traería de nuevo la Luz de Dios.
Al día de hoy, después de dos años de dudas e incertidumbres, nuestra alegría no tiene límites al ver como que nuestras plegarias han sido escuchadas y que Nuria, tras haber recibido el alta médica provisional, es una niña alegre y cariñosa que se abre a la vida con renovada energía y con extraordinarias y fundadas esperanzas de futuro.
Es por ello, Madre Nuestra, que tanto mis hijos, como mi esposa y yo mismo queremos expresarte públicamente nuestro infinito agradecimiento por tu auxilio en los momentos difíciles y por tu intersección ante tu Divino Hijo que ha hecho posible este prodigio, como igualmente te pedimos protección y amparo para tantos niños que sufren éstos y otros graves padecimientos, y también para las mujeres y hombres (médicos y enfermeras) que los atienden, conjugando su ciencia con singulares valores de humanidad y ternura quienes, también, merecen nuestro mayor reconocimiento.
Desde hace más de un milenio la oración dedicada a María que vulgarmente llamamos “la Salve” ha sido una de las más populares y utilizadas en el orbe cristiano, tanto por su brevedad y sencillez como por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente. Pues bien, nada me ha parecido mejor para terminar estas palabras en honor de nuestra Patrona que dedicarle un especial saludo mediante una “salve” en cuya composición he contado con la ayuda y la sensibilidad poética de mi querida hermana Isabel:
Dios te salve, Estrella, Reina y Madre de Villa del Río
que lo fuiste siempre en nuestros pasos inciertos
de tantas largas noches de caminos rotos,
perdido el norte de la fe y de la esperanza
Vida, dulzura y esperanza nuestra
a ti clamamos los hijos de éste tu pueblo
cobijados, una vez más, a la sombra de tu manto
como nos enseñaron nuestros padres desde la cuna
A ti suspiramos, Estrella rutilante en el horizonte de nuestros días
para que no nos dejes caer en los brazos de la hipocresía y de la mentira,
en brazos de sueños y días que nunca serán
A ti clamamos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas, que son hoy los recuerdos
de nuestros seres queridos que un día protagonizaron
y avivaron nuestra tradiciones, costumbres y devociones,
legado que nos nació al arrullo de un río
al son de unas campanas, en calles, balcones y paseos
Antorcha, pues, de relevo que nos creció en el seno de una familia
y que hoy nos corresponde empuñar en nombre de los ausentes
que emigraron a la búsqueda de trabajo y de vida.
En nombre de nuestros hijos, nietos y de nuestros ancianos también.
A ti, Estrella y Madre nuestra, te pedimos especialmente ahora
por todos aquellos que, afectados por la crisis económica,
se ven privados de su legítimo derecho a un trabajo digno
y sufren por ellos y por sus familias,
por los jóvenes que miran con zozobra su futuro
y por los damnificados por las últimas inundaciones
para que pronto encuentren remedio a su angustia
y consuelo en su desolación.
Ea, pues, Señora, abogada y madre nuestra
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos
y míranos, un año más, a la sombra de tu ermita,
en vísperas de nuestras queridas y esperadas fiestas,
listas ya nuestras calles y balcones, puertas y ventanas
que celebran tu paso con sonrisas y lágrimas, con una silenciada oración
Así sea.
Finalmente quiero desearos a todos una feliz y gozosa convivencia con motivo de las próximas fiestas patronales, en las que tantas familias ausentes el resto del año se dan cita estos días en el pueblo para rendir culto a nuestra patrona y para disfrutar del reencuentro con familiares y amigos.
Y ahora, queridos paisanos, gritad conmigo:
¡VIVA LA VIRGEN DE LA ESTRELLA!
¡VIVA NUESTRA MADRE!
¡VIVA NUESTRA PATRONA!
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