miércoles, 15 de mayo de 2013

Las tradiciones


Los catalanistas, vasquistas, pan-germanistas o españolistas más extremistas, son tradicionalistas o, apelan al tradicionalismo, para intelectualizar la dialéctica excluyente y, concluir con rotundidad, que las tradiciones milenarias son auténticos autos de fe infalibles, axiomas ante los cuales hemos de arrodillarnos como el súbdito ante el soberano.
            Se les atribuye a las tradiciones, cualidades o elementos empíricos, surgidos de la profundidad del suelo patrio, para gozo y bienestar de los humanos que pacemos en su solar. Se da como un hecho: espárragos trigueros dispuestos a ser recolectados y degustados en la mesa. ¡Qué maravilla! El paraíso de Heidi y el abuelito irradiando. ¡Cuánta inocencia! ¡Cuánta sabiduría acumulada en el pasar del tiempo! Todo bondad y buen hacer.
Así oculta el tradicionalismo sus auténticos fines, la exclusión, excluir a alguien sin excluirlo: negar cualquier tipo de cambio, si no se ha pedido permiso a la tradición, a los patriarcas de la tradición. A los intereses que defiende la tradición: la sumisión. Rodeada de florecillas y canticos inocentes profundos e inocuos en los pastos de los montes o, entre las callejuelas de lo urbano.
Fíjense ustedes, lo intolerable de borrar el circo de Híspalis, los leones merendándose algún túrdulo, o los sacrificios humanos al Sol. Lógicamente, los tiempos han cambiado, ahora no aplaudimos esas cosas tan feas de tirar a las fieras a un habitante de Sácilis, para contentar al pueblo y mayor gloria de Cesar.
Somos más civilizados, en la actualidad Sácilis se llama Alcurrucén,  y no son túrdulos los que pueblan el lugar, en estos momentos, pacen vacas de lidia en la milenaria ciudad bética, que paren soberbios toros, que saldrán a la arena del circo que ahora llamamos coso, para mayor gloria de las tradiciones, del paro obrero y de un modelo socio cultural, que tiene sumida a Sácilis Martealium, en un estado  intolerable, que, empuja a sus gentes a ese odioso exilio llamado emigración.
No se hagan los suecos, señoras y señores. No miren hacia otra parte, no invoquen a las tradiciones, actúen, más allá de las palabras, de las buenas intenciones y los juicios de valor.
Por: Juan Manuel Adán Gaitán

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