Juan Manuel Luque (izquierda, sostiene la corona) y Rafael Ruiz (segundo por la derecha).
“Me llamo Rafael Ruiz Rojas, en mi juventud me llamaban Rafalito, el leñaor. Nací en plena guerra civil en el año 1937, en Murcia. Allí fue a parar mi familia como tantas personas que huyeron del pueblo cuando entraron los nacionales. Y cuando acabó la guerra volvimos al pueblo, como otras familias. Como mi padre no mató a nadie, se vino a su pueblo. Cuando llegó lo cogieron preso, solo porque era de izquierdas. Igual que a los demás, le hicieron lo mismo, el día 2 de noviembre de 1939 lo fusilaron y a otros seis más, dejando a mi madre viuda y con 7 hijos, el mayor con 11 años y el más pequeño con 3 meses. Todos nos criamos con mi amigo Rafael Guerra, compramos un solar y nos hicimos 2 plantas bajas. En el año 1963 me casé con mi novia de toda la vida, que se llama Juana Jurado Obrero; hija de la Manuela, la Zamorana, y de Juan Jurado Castilla. En 1964 vine a ver a mi familia a Terrassa y como aquí ganaba tres veces más que en Córdoba, decidí quedarme. Casi cada año iba a pasar un mes en mi pueblo. El día 16 de junio de 1980 decidí volver a mi pueblo, compré una casa que era del Peón Caminero, que era entonces Paquito Remojina, en la calle Arroyo del Pilar, y el corral daba a la calle Gran Capitán. Reformé la casa y edifiqué en el otro lado un almacén y piso. En Terrassa formaba parte del partido PSUC y CCOO, y cuando llegé al pueblo ingresé en el PCA y CCOO. Enfrente de mi casa estaba el bar de Juan Manuel. A continuación, todo lo que voy a contar referente a sacar los restos de los fusilados en el pueblo y darles digna sepultura, es la pura verdad.
Una noche que mi amigo Juan Manuel iba a cerrar el bar, estábamos los dos solos y le dije: Juan Manuel, ahora que ha venido la Democracia, ¿por qué no intentamos sacar los restos de nuestros padres? Él dijo: “eso no se puede hacer, porque los partidos de izquierdas han firmado un pacto para que no se remueva nada de la guerra civil”. Yo le dije: “Seguro que los que firmaron esos pactos a ninguno les han matado a sus padres”. Le propuse que cuando fuera al siguiente sábado a la reunión del partido, lo diría y así lo hice. El responsable político era el señor Martínez, y me dijo que ni hablar, que eso estaba prohibido. Yo insistí en que haríamos lo posible por hacerlo. Al sábado siguiente vino una persona del Comité Central de Córdoba y nos dijo lo mismo y que si seguía intentándolo me expulsaría del partido. Cuando salimos de allí me dijo Juan Manuel: “Rafael, ya ves que no se puede hacer”. A los dos o tres días le dije a mi amigo Juan Manuel: “si conseguimos que el alcalde, Miguel nos dé el acta de los fusilados y los permisos para sacar los restos, a nosotros no nos hace falta nadie más, a lo que él dijo, “¿y cómo lo vamos a hacer?”. Yo le dije: “Muy sencillo, vendrán muchos mayores a la puerta de tu bar, te dirán donde viven los familiares de los que fusilaron; tu tomas nota y yo me dedicaré cuando venga de trabajar a apuntar a quien quiera participar, y le dije que todo el que quiera apuntarse dará un mínimo de 5.000 pesetas, el nombre del difunto, los años que tenía y el número de carnet de cada uno por si el día de mañana pasaba algo. Yo encabecé la lista con 12.000 pesetas, y mi amigo con 10.000. A continuación fui a apuntar a casa de mis familiares como mi prima Catalina Nieto, mi tía Magdalena Ruiz López y dos hermanos de mi tío Francisco Aguilar, el padre de mi primo Salvador y mi primo Antoñín, el padre de la Maruja la de Bollero, y así como sucesivamente, familiares allegados que se apuntaron.
Los primeros restos se sacaron el día 24 de octubre de 1981, día de San Rafael, Arcángel Custodio de Córdoba, vino gente de Barcelona, Sant Boi, Prats del Llobregat, Mataró y Gavá. Cuando se sacaron los restos, solo había 18 personas, muchos no quisieron apuntarse; cuando vieron que no había pasado nada, había cola en la puerta de mi casa para apuntarse. Se llegó a un total de 32 personas, y el día 4 de diciembre de 1981 se inauguró la lápida y volvieron a venir los parientes y amigos de Barcelona. Ese fue un día grande, había sido siempre el Día de Andalucía, hasta que llegaron unos políticos, y, sin pedirle permiso al pueblo, lo cambiaron por el 28 de febrero. Todo esto se hizo gracias al servicio y ayuda que prestó el señor Miguel García, alcalde del pueblo. Sin su ayuda hubiera sido imposible hacerlo y más gobernando la UCD de Suárez y Calvo Sotelo. Durante los tres años que estuve en el pueblo, en la feria del pueblo en mi cochera se montó tres años la caseta del Partido Comunista, también formé parte de la asociación de Padres de Alumnos de los colegios. Un día saliendo de una reunión, le comenté a mi amigo Alfonso Parras que parecía mentira que estuviera todavía el nombre de Franco en el colegio y él me dijo: “llevamos un itempo que estamos en ello, pero hasta que no estemos seguros, no lo haremos”. Efectivamente, al poco tiempo se hizo. Otra cosa buena que participé. Pues de mi pueblo querido me tuve que marchar a Terrassa, por ser una persona honrada, mi hijo se echó novia y la dejó embarazada. Luego ella no quiso casarse con él. Yo fui testigo de ello. En la casa de ella, con sus padres, mi hijo, y yo de testigo, ella le dijo que no se casa con él. Yo pensé, cuando ponga un bar y lo que tenga casa arriba y casa abajo. Me pensaba que yo eso no podía soportarlo, así que me volví a Terrassa. Antes de irme de mi pueblo me tenía que haber muerto”.
En agosto del pasado año volví al pueblo, igual que cada año con mi familia. Un día fui al bar del partido a llevar unas botellas de vino con el anagrama y observé que vendían libros del mayor político que ha dado este pueblo después de la guerra civil, Rafael García Contreras. Inmediatamente me puse a leerlo, porque yo a Rafalín es uno de los más admirados de mi pueblo, pero me quedé sorprendido cuando vi la página 23, y observé que aparecía la lápida de los fusilados. Este señor no tenía derecho a ponerla en su libro porque él no participó. Me explico, para que todo el pueblo lo entienda. Se ha pasado tres pueblos. Cuando Juan Manuel y yo comentamos cómo se podía hacer eso, él dijo: Voy a llamar a Rafalín a ver su opinión y Juan Manuel me dijo que no podía venir. Cuando fuimos a sacar los primeros restos, lo volvió a llamar y le dijo que vendrían. Se sacaron el 24 de octubre de 1981, y tampoco vino. En cambio vinieron militantes e hijos de represaliados del Prats del Llobregat, Sant Boi, Gavá y Mataró, que está a 1.000 kilómetros. A continuación se sacaron a las dos semanas los segundos restos, lo volvió a llamar también Juan Manuel y tampoco se presentó, y le prometió que a la inauguración de la lápida vendría, pero llamó un día antes a Juan Manuel diciendo que no podría venir. Cuando me lo dijo Juan Manuel, éste tenía lágrimas en los ojos e igual me sucedió a mi.
Yo le dije: “no te apures”. Una vez más echaremos mano del señor alcalde, fuimos a hablar con él y aceptó encantado. Por eso te digo, Rafael, que no has sido capaz de poner esa lápida ahí sin haber participado en nada, solamente abonar las 5.000 pesetas igual que el resto de los demás; la única diferencia que yo era el que los apuntaba y les cobrara, y a mi no me diste la cara nunca, tú te has presumido de luchador y de una cosa tan importante para tu carrera y tu pueblo en sacar los restos de todos los fusilados, incluyendo tu padre, no tuviste el valor, como hijo, como luchador, y como político. En cambio, don Miguel, sin ser hijo del pueblo, ni tener familiares fusilados allí, fue el puntal número 1 para sacar esto adelante, con mi amigo Juan Manuel y Yo, Rafael. Hay una frase en esta página que dice: “les pusimos” y te digo: “Tú, qué le pusiste”, ¿será que temías que el partido te expulsara, como a mi me amenazaron, o será que te dio coraje de que a los 16 años viniera uno del pueblo, un luchador no con tu categoría y se adelantara a hacer algo que tu tenías que haber hecho como el mayor político de tu pueblo, y eso para tu historial hubiera quedado como una cosa buena para ti? Algún día se lo tendrás que explicar al pueblo el que tanto te quiere, porque aquí no solo has engañado a Juan Manuel, sino al pueblo por no venir a la inauguración.
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