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sábado, 2 de junio de 2012

Multiculturalidad

Por Juan Manuel Adán Gaitán.-
Uno piensa, que esto de organizar el proyecto multicultural  Comenius, que se paseó por Pedro Abad es una pantomima más del circo oficialista de plantear el modelo social y de paso gastar una pasta en humo. Cuando yo era un adolescente,  huimos de las reglas que los maestros nos inculcaron, el oficialismo de entonces, de cuando nos sacaban al campo para recoger flores a María, comentar el último gol de Gento, la novedad de Manolo Escobar o las cabriolas del "Cordobés". Un día cogí la trompeta, tiré a San Sebastián, a plantar nuevas  verdades en mi mente virgen. Entre el trabajo de panadero, el gimnasio, los afamados pinchos de los bares del casco antiguo, notas  de la trompeta brotando en el conservatorio, notas fantásticas de negros que recolectaban algodón lejos de Pedro Abad, en medio de todo eso hay una tienda de música haciendo esquina que me transportaba a otros países, a otras gentes que tenían algo que decirme en el interior de los discos, mi tierna juventud supo de los Beatles, de un negro, Jimi  Hendrix o un grupo  británico  llamado Púrpura Profunda- Deep Purple, con esta multiculturalidad conformaba la juventud un modo distinto de afrontar el reto de la vida que nos caía encima. Ya no íbamos al paseo a dar vueltas con la novia, tomaba el disco, el Bus, pagaba la entrada de la disco, entregaba mi tesoro al pincha-discos Cesar, en la columna de siempre Begoña me espera, vamos a la pista a bailar lo que nunca nos enseñó la maestra, suena When A Blind Man Cries, ella envuelve mi cuello con sus brazos, yo su cintura, mientras Ian Gillán le canta a su chica:
            Si te vas
            Cierra la puerta
            Ya no espero a nadie más
            Escucha mi llorar por ti
            Estoy tirado en el suelo
            Ya sea borracho o muerto
            La verdad no estoy muy seguro
            Soy un hombre ciego y
            Mi mundo es pálido
            Cuando un ciego llora
            Dios mío tu sabes que
            No hay una historia más triste, etc.
 Cuerpos jóvenes fundiéndose en el horno de la juventud, antes de que todo se acabe y repitamos la misma triste canción.
            Esto de la música da mucho juego en la relación social: se unía al grupo un marroquí Ahmed, que vino Ámsterdam. Un día me metió en una tienda de ropas que entonces le llamaban boutique, me vistió igual que iba él y la juventud por las Holandas, con aquellos pantalones de pata de elefante y zapatos  de plataforma. Bien venido al Rock And Roll. Nos acompañó en aquel acto rupturista, Manolo, un gitano, guapo, de gran corazón, que no se relacionaba  en el círculo cerrado  de los su etnia, y tampoco pudo abstenerse de darle fuego a lo troglodita.  Compartí momentos inolvidables con ellos, sin darle mayor importancia al origen o etnia, eran buena gente que es lo importante, no seguí la consigna de ningún antirracista que convierte su ideología en una imposición social, como el de las flores a María que madre nuestra es. Nada mejor que la naturalidad y el buen rollo. ¡Y eso es gratis!
            En la actualidad, comparto espacio de barrio con unos argentinos que vinieron  a quedarse al pueblo de su abuelo, se ganan la vida tratando de hacer dejar de fumar a la ciudadanía, su hija llegará por lo menos a astronauta. También vino un señor marroquí, espigado, serio, con aspecto de ser muy equilibrado, pero que me saluda efusivamente siempre que me ve, le doy buenas vibraciones y el a mí, alquiló una vivienda, encontró trabajo en un taller, trajo a una chica de su tierra y al poco ya paseaban un carrito con un bebé. Tener vecinos así es una gozada. Otro día apareció uno de aquí con una mejicana, nosotros les convidábamos a cenar para que a la muchacha, no se le hiciese muy cuesta arriba el nuevo ambiente, al principio, les tocaba la puerta y abría un dedo de la puerta o al salir a pasear junto a su esposo a las afueras del pueblo, se ponía nerviosa al ver gente, pensaba que nosotros andamos como en su pueblo, revolver en la cintura. Al ir tomando confianza, su conversación favorita consistía en poner a caer de un burro a los españoles y eso, a mí me sienta fatal, por lo que le mandé a hacer gárgaras, hasta hoy. Con los que mejor me llevo es un matrimonio colombiano, discreto, agradable y trabajador, que me tiran alguna directa: haber si liga su hijo con mi chica pequeña: una Walquiria, rubia de tez blanca. Paso los festivos a tocarles el timbre, charlamos en la puerta o me invita a pasar y tomar algo de su país. Después le regalo una botella de vino o champan, hablamos de temas cotidianos, me cuenta cosas Colombia, sobre la inmigración dice: que debe de ser controlada, que él no deja pasar a su casa a todo el mundo y que la entrada de Turquía en La Comunidad Europea es un error, como lo fue la de Rumanía. Le miro y pienso: ha tenido  que venir a España un colombiano para decir algo sensato.

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